A Pedrito no le gustaba jugar con la vieja Tata. Siempre que lo hacía terminaba enfadándose. Daba igual que ganase o que perdiera, siempre terminaba molesto de un modo u otro.
Cuando jugaba con Papá, o con Mamá, todo era mucho más fácil. Jugase a lo que jugase, siempre obtenía una fácil victoria. Si retaba a cualquiera de los dos a una partida de parchís, siempre terminaba ganando como por arte de magia; los dados parecían embrujados y las fichas de sus oponentes se situaban delante de las suyas propias tirada sí y tirada también. Si el juego era de cartas era necesario hacer varias partidas, porque Pedrito ganaba con tal facilidad que le sabía a poco una sola victoria.
Con la Tata, sin embargo, todo era mucho más difícil. En el parchís había días que hasta le dolía la cabeza de tanto pensar qué ficha mover. La vieja Tata no le andaba a la zaga, y tal era su estado de concentración durante las partidas que a veces ambos Leer más…